¿Cuántas veces hemos escuchado esa vocecita interna que nos dice: “No creo ser suficiente para esto”, “Me da vergüenza que me critiquen”, “Tengo miedo de que si hago tal cosa me dejen de querer”, “Me siento incómoda haciendo esto ya que nunca lo hice antes”… y muchas frases más que ese duendecito que tenemos en nuestra cabeza nos suele decir permanentemente? Si, además, a eso le agregamos que hoy vivimos en un mundo superexpuesto, no solamente a la mirada del otro sino también a la mirada que tenemos de nosotras mismas, llegamos a un estado de exigencia y ansiedad que afecta significativamente nuestra autoestima y nuestra paz interior. Y aquí me gustaría detenerme un ratito en por qué le damos tanta atención a ese duendecito. Veamos…
El sacrificio de pertenecer
Los seres humanos somos seres sociales por naturaleza, necesitamos pertenecer para sentirnos bien. La conexión con el otro es lo que da un sentido a nuestras vidas. Biológicamente, los seres humanos somos sensibles a otros individuos y su compañía nos produce seguridad. Es así como la pirámide de Maslow coloca “la pertenencia” en el tercer escalón de la pirámide de necesidades humanas. Establece que cuando los requerimientos fisiológicos y de seguridad se satisfacen, aparece la necesidad de amor y pertenencia. Desde que nacemos, todos, en mayor o menor medida, necesitamos de la aprobación exterior, por el simple hecho de esa necesidad de conexión con el otro, de pertenecer. ¿Pero cómo sabemos cuál es el límite? La mejor manera de hacerlo es observando lo que estamos haciendo para pertenecer y ser conscientes de cuáles son las razones que nos alejan de nuestro verdadero ser. El miedo al rechazo y a la desconexión son los factores principales por los que nos cuesta tanto ser tal cual somos. Creemos que no somos suficientemente buenas para pertenecer y ahí es cuando cometemos el grave error de sacrificar nuestra verdadera esencia, buscando ser algo que no somos. Intentamos convertirnos en quien creemos que los demás quieren o aceptarían. Nos volvemos exigentes con nosotras mismas y con los demás, solamente para llegar a una perfección que, en realidad, no existe y lo peor de todo es que creemos que para llegar a esa perfección, necesitamos tapar o esconder nuestras debilidades, defectos, inseguridades y miedos.
Abrazar nuestras debilidades
Así, sin darnos cuenta, vamos provocando una sensación de artificialidad en los demás (y en nosotras mismas) que, efectivamente, provoca ese temido rechazo. Y con esto no quiero decir que debemos ir por la vida ventilando nuestras debilidades, inseguridades y miedos, pero sí me refiero a que debemos aprender a abrazarlas en vez de rechazarlas o esconderlas. Porque cuanto menos hablemos de ellas, más las sentiremos y, de esa forma, le damos más poder a ese duendecito que nos dice “no sos suficiente”. Sin embargo, no es fácil darles lugar a ese tipo de emociones, ya que debemos colocarnos en un lugar vulnerable y toda la vida nos enseñaron o nos creímos que ser vulnerable era sinónimo de debilidad o de fracaso. Pero, ¿si te dijera que ser vulnerable es sinónimo de valentía y no de fracaso? ¿Si te dijera que las personas que se aceptan imperfectas viven más felices? ¿Y si te dijera que no necesitás ser amada o aceptada por todos para sentirte suficiente? ¿Cuánto más fácil sería mostrarte tal cual sos? No te olvides nunca de que sos imperfecta y así sos verdaderamente hermosa.
EJERCICIO 1
Identificá lo que te dice tu duendecito
Para poder reemplazar una voz por otra, lo primero que debemos hacer es identificar esa voz que ya no nos suma, sino que nos limita. Para eso, trabajamos la fase de conciencia:
1- Identificá ese duendecito y descubrí qué es lo que te está diciendo.
2- Ponele un nombre. Siempre recomiendo que sea un nombre que tenga algún sentido o significado para la persona, pero muy importante que no se identifique con ninguna persona de su entorno.
3- Encontrá el propósito de ese duendecito. ¿Cuándo y por qué fue creado?
Generalmente, esos duendecitos tienen el propósito de protegernos sobre algo. Por ejemplo, si nos dice “no eres suficientemente bueno para hablar en público”, lo que verdaderamente está haciendo esa vocecita es protegerte de exponerte ante mucha gente, quizás en el pasado te has tenido que enfrentar a eso, entonces ahora solo quiere protegerte.
EJERCICIO 2
Cambiá la energía de tu duendecito
Una vez que detectás esa voz que no te suma, sino que resta, lo que queda por hacer es cambiar su energía. Para ello, trabajaremos en la etapa de integración:
1- Reconocé y validá la presencia de ese duendecito haciéndote las siguientes preguntas:
– ¿Por qué está aquí hoy?
– ¿De qué y cómo está tratando de protegerme?
2- Creá un nuevo trabajo para ese duendecito. Dado que este tipo de protección no me suma o no es apropiado para este momento, ¿de qué otra manera me gustaría usar la energía de este duendecito?
3- Cerrá los ojos, respirá profundamente y agradecé a ese duendecito de haberte protegido, pero decile que ya no es necesario que te detenga para hacer determinada acción, que podés manejarlo. Que, en cambio, te gustaría que use su energía para: y aquí agregás el nuevo trabajo que le diste al duendecito, la energía positiva. Visualizá e imaginá al duendecito diciéndole que le encantará hacerlo, que solo está aquí para ayudarte.
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