El verde césped de La Bombonera fue testigo de sus gambetas, de sus goles, de haber dejado tendido en el barro a Fillol en el ’81. También lo vio volver en los ’90 y despedirse oficialmente de la actividad con un partido homenaje a pura lágrima en 2001 a los ojos de todo el Universo.
Lo que nunca iba a imaginar el mundo del fútbol era darle ese último adiós. Diego se nos fue a los 60 años y todas las canchas de fútbol prendieron sus luces para homenajearlo. Y la de Boca no fue la excepción.
Pero el Alberto J. Armando decidió que, en vez de iluminar todo el estadio, sólo prender una luz: la de su palco. Sí. Ese que le regalaron a la altura de la mitad de cancha y en el que se lo vio feliz, “balconeando” y viendo una y otra vuelta olímpica del club de sus amores. Hasta siempre, Diego.
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