The Golden Era: el reinado de Federer, Nadal y Djokovic

The Golden Era: el reinado de Federer, Nadal y Djokovic

Los tres tenistas más importantes de este milenio marcarán un antes y un después en el deporte blanco. Desde Más Tenis hacemos un análisis y una mirada retrospectiva para entender qué cambiaron para ser los más importantes de la historia.

Para analizar la historia, varios factores se tienen en cuenta: momentos, hechos personales, colectivos, avances tecnológicos, cuestiones sociales y muchas más. Y para entender un fenómeno cómo el que se vive durante el reinado de Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djkokovic en el tenis de este nuevo milenio hay que aplicar herramientas de búsqueda en los factores que se han mencionado.

Con el título de Djokovic el pasado domingo en Australia ante Nadal, la suma de Grand Slams entre el trinomio alcanzó el número cincuenta y dos. Si cualquier especialista, amante del deporte o mismo algún colega de ellos hubiese predicho semejante cifra, el resto de los terrestres lo hubiesen tratado de loco más que de visionario. Y qué errados hubiesen estado.

Federer, Nadal y Djokovic cambiaron el tenis. Marcaron un punto de inflexión en la forma de practicar este deporte. Lograron conseguir la máxima expresión física, combinada a la perfección con la coordinación técnica, la fortaleza mental y, por sobre todas las cosas, la mejora en la calidad técnica de sus golpes.

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Analizar caso por caso puede ser tedioso, pero es, en fin, necesario. El primero en comenzar a imponerse fue Federer. El suizo logró, en el 2003, su primer título Major. En Wimbledon marcó una gran ventaja con su juego, basado en un potente saque y una derecha con un timing de excelencia, pero le sumó a esas facetas la evolución de su revés y un slice inmaculado, que le permitió volverse, a partir de entonces, en el heredero de Pte Sampras en la Catedral del tenis.

Federer, además, con el paso de los años, mejoró técnicamente su revés a punto tal de llevarlo a ser considerado el mejor de toda la historia del deporte blanco, algo inimaginable cuando recién irrumpió en el circuito, donde se notaba a un jugador con mucha proyección pero que carecía de un gran golpe desde ese lado.

Nadal, por su parte, apareció en el circuito demostrando que el tenis moderno no dependía solo de la aptitud técnica. Con tan solo 18 año y un juego plagado de golpes poco ortodoxos, el mallorquín se hacía dueño de Roland Garros y del polvo de ladrillo por primera vez y frustraba los sueños de quienes querían ver a un Federer reinante en las cuatro superficies, ya que el suizo, poco a poco, iba mejorando su juego en todo tipo de suelo.

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Desde allí, ambos se repartieron el tenis de un lado y del otro de la red. Federer era cada día más especialista en canchas rápidas y Rafa en canchas lentas. Hasta existió un argentino loco a quien se le ocurrió la idea tan rara como irrisoria de hacer una cancha de césped combinada con una de polvo de ladrillo, en la que grandes inversiones pusieron el dinero necesario para montar ese show y los jugadores fueron y disputaron la Batalla de las Superficies, en un show sin precedentes.

Los torneos se sucedían y ambos reinaban con la perfección que los caracterizaba en el mundo del tenis. Sin embargo, en el 2007 apareció una figura que comenzó a hacerles sombra y que había llegado al circuito para hacer ruido. Provenía de Serbia y su apellido era Djokovic y, poco a poco, iba a demostrarles que les podía jugar de igual a igual y ser uno más en el podio de los grandes campeones.

Con su final en el US Open de esa temporada, Djokovic demostraba que tanto Federer como Nadal tenían a un nuevo competidor que les lucharía con hambre la gloria eterna en el deporte blanco. Ese, quizás, haya sido uno de los factores que potenció su rivalidad. El querer ser mejor y la competencia entre ellos los elevó a punto tal de conseguir metas impensadas en el pasado, en tiempos donde Bjorn Borg, Ivan Lendl, Johan McEnroe, Jimmy Connors y Guillermo Vilas eran las grandes figuras que sobresalían, o mismo aún, en tiempos más modernos, donde Sampras y Andre Agassi acaparaban toda la atención posible del mundillo tenístico.

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Ya, a partir del 2008, y con la consumación de su bautismo en un Grand Slam, Djokovic pasó a ser un tenista de relevancia en la lucha por el número uno del mundo y la disputa de los torneos grandes. Y, a partir de allí, el trinomio se encargó de llevar al tenis a límites inalcanzables para cualquier otro tipo de humano, logrando, por ejemplo, perfeccionar sus técnicas y juegos a partir de crear estrategias con el fin de vencer a sus rivales, o, mismo aún más complicado que eso, convertirse los tres en jugadores multiterrenos, demostrándole al resto que vinieron al Tour para quedarse con todo y repartirselo entre ellos.

La cifra, como aclarábamos, llegó a 52 Grand Slams el pasado domingo. 14 Abiertos de Australia, 13 Roland Garros, 14 Wimbledon y 11 US Open arman un combo casi perfecto de Majors la cuenta. Ellos demostraron, contra los cálculos premeditados y contra la opinión de varios, que el tenis podía ser mejor y lo llevaron hacia la perfección. Y ellos son los dueños de The Golden Era, la mejor que haya existido jamás en el deporte blanco. Siéntanse dichosos de ser contemporáneos con semejantes deportistas.

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