Si un equilibrista caminando por una cuerda se descuida, pueden pasar dos cosas: se va hacia la izquierda o a hacia la derecha. Inmediatamente, tratará de compensar eso; modificando la posición de su cuerpo para conseguir inercia hacia el lado opuesto. Si esa inercia es muy grande, corre el riesgo de pasarse para el otro lado. De hecho, eso es lo que sucede generalmente hasta que los movimientos son cada vez más pequeños y vuelve a su centro. Tenemos grabado a fuego en la piel el concepto filosófico del equilibrio como algo que se debe alcanzar. En cuanto se inventó la palabra equilibrio, se inventó la palabra desequilibrio. Cada vez que inventamos una palabra, solo nos quedan dos opciones: estar de un lado o estar del otro. Es decir, actuás equilibradamente o desequilibradamente. Y a esta última, le cae una condena social.
La vida es una moneda
No vemos al equilibrio como algo que interacciona de forma positiva con el desequilibrio. Queremos ser equilibrados y, si pudiéramos, enterrar el desequilibrio de nuestras vidas. Pero, curiosamente, es el poder habitar ambas caras de la misma moneda lo que nos da equilibrio. Esto es una especie de meta equilibrio: equilibrio entre ser equilibrado y ser desequilibrado. ¿Por qué? Esto puedo explicarlo desde dos ópticas.
1. Salir de la zona de confort
Se sabe que cuando salís de tu zona de confort, entrás en la zona de aprendizaje, que también se conoce como la zona de pánico. La zona de confort tiene todas las cosas que ya conocés, malas y buenas, tu rutina. La zona de aprendizaje comienza cuando conocés a alguien nuevo porque te animás, cuando aceptás esa tristeza negada y te permitís vivirla, cuando en vez de tomar el autobús de siempre decidís ir caminando o cuando llamás a esa persona que tanto querés para expresarlo. Cada vez que hacés algo así, salís de tu zona de confort, y salís de tu equilibrio.
2. Estabilizar nuestro sistema
Al igual que el equilibrista, un viento te empuja hacia un costado, pero volvés a tu centro. Actuar en forma desequilibrada, cada tanto, nos lleva a ser más equilibrados. No puede verse al equilibrio como algo estático. El equilibrista caminará la cuerda de punta a punta, con aparente inmovilidad. Pero, si te fijás, él se está moviendo. Esta es la teoría de los sistemas estables. Y es la otra óptica para aceptar el desequilibrio como parte de la vida misma. Cuando tenemos sed, nuestro cuerpo nos da un mensaje, entonces vamos y bebemos agua. De esta manera, el sistema vuelve a su equilibrio. Esto se conoce técnicamente como “Homeóstasis Organísmica”. Si hace calor, sudamos; y si nos agitamos, hiperventilamos. El cuerpo humano es una maravilla de ejemplo: nos deja ver que nunca permanece estático. Tiene un sistema que nos permite volver al equilibrio, pero permanentemente se sale de ese punto de equilibrio.
Habitá tu desequilibrio
En conclusión, es importante observar lo que produce el lenguaje y las ideas que construimos en nuestra cabeza en función de cada palabra. Es importante permitirnos el desequilibrio y habitarlo con tranquilidad para poder volver a nuestro centro. Observar que la vida misma es una mezcla de equilibrios y desequilibrios; y que eso, en definitiva, es lo que la hace digna de ser vivida.
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