La hidratación es uno de los pasos más importantes para que la piel mantenga su elasticidad y ejerza su función barrera. Para lograr un nivel óptimo de hidratación hay que beber líquidos, y usar cremas y lociones hidratantes, pero también hay que tener en cuenta otros aspectos como la limpieza y la exfoliación.
Limpieza
La higiene, tanto facial como corporal, puede provocar deshidratación, pero es necesaria. La solución es elegir productos de limpieza adecuados para nuestro tipo de piel.
Para limpiar el rostro, hay que tener en cuenta, sobre todo, si la piel es mixta o grasa, si tiene sensibilidad o problemas específicos como la rosácea o la dermatitis, si es una piel madura que suele estar más seca. En el caso del cuerpo, tenemos que valorar si hay problemas dermatológicos o si la piel tiende a mostrar descamaciones. Los productos sin jabón son los más adecuados para las pieles que presentan alguna atopía o sensibilidad.
Exfoliación
La exfoliación sirve para eliminar las células muertas de la piel, renovar la piel e hidratarla. Es un paso que muchas veces olvidamos y genera dudas, pero que también es importante para el cuidado de la piel, tanto facial como corporal. En líneas generales se recomienda hacerla una vez a la semana.
En el caso del cuerpo, hay que insistir en zonas como los codos, las rodillas, los pies donde se acumulan pieles muertas y durezas. Para el rostro podemos elegir entre exfoliantes mecánicos, los más habituales, exfoliantes enzimáticos, ideales para pieles sensibles y exfoliantes químicos que son los ácidos.
Hay que elegir el mejor producto en función de cada piel, para obtener los beneficios de este paso. Y hacerla siempre de forma suave, cuando se trata de una exfolicación mecánica, sin presionar mucho la piel.
Hidratación
Para hidratar el rostro, además de elegir una crema hidratante específica para cada tipo de piel, podemos incluir un sérum hidratante como paso previo. Se aconseja, sobre todo, en pieles secas, que tienden a sufrir deshidratación a lo largo del día.
La piel del cuerpo es la gran olvidada, sobre todo en invierno, a la hora de hidratarla. Es importante tener en cuenta que el agua caliente, los cambios bruscos de temperatura o la calefacción pueden resecarla. Lo ideal sería hidratarla a diario con un producto que te resulte práctico, e insistiendo en zonas que sufren más la sequedad, como los codos o las rodillas.
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