Pedir disculpas cuando nos equivocamos es un acto de humildad. Una disculpa sincera contribuye a renovar la confianza, sana heridas emocionales y repara relaciones dañadas.
Sin embargo, cuando alguien nos lastima y nos brinda una disculpa falsa, podemos sentirnos peor que si no se hubiera disculpado. Una disculpa poco sincera, “políticamente correcta” pero que no nace del arrepentimiento ni reconoce el error, puede afectar gravemente la relación, hiriendo de muerte la confianza y la intimidad.
Por desgracia, aunque las disculpas sinceras suelen ser eficaces para promover la reconciliación, los transgresores a menudo optan por ofrecer una disculpa superficial, según un estudio realizado en la Universidad de Pittsburgh.
“Siento lo que pasó, pero no había otra manera de hacerlo”.
“Siento lo que te hice, pero soy así, no puedo cambiar”.
La inclusión del “pero” en una disculpa la invalida prácticamente por completo. Suele indicar que la persona no está completamente convencida de que ha cometido un error que debe reparar. De hecho, decir “lo siento” es la primera parte de una buena disculpa, pero generalmente no basta.
Una disculpa eficaz contiene tres ingredientes clave: mostrar arrepentimiento, reconocer la responsabilidad e intentar reparar el daño, según un estudio de la Universidad Estatal de Ohio. Cuando una persona recurre a excusas, normalmente implica que no está dispuesta a asumir toda la responsabilidad y, por tanto, nos está diciendo que no debemos esperar una disculpa completa por su parte.
Las excusas también fungen como un escudo detrás del cual se esconde el transgresor para no afrontar las consecuencias de sus palabras o acciones. Se trata, por ende, de una disculpa a medias, probablemente forzada por las circunstancias o para salir del paso, pero que no nace de un auténtico arrepentimiento.
“Si no hubieras reaccionado así, no habría pasado”. El uso de frases condicionales en una disculpa también es una señal de alarma que debe hacernos sospechar de su sinceridad. Las disculpas que comienzan con un “si” suelen indicar que la persona está echando balones fuera, buscando chivos expiatorios sobre los cuales hacer recaer su responsabilidad para implicarse lo menos posible. De hecho, las disculpas que plantean escenarios alternativos que nunca ocurrieron a menudo intentan responsabilizarnos indirectamente de lo ocurrido, aduciendo razones como que somos demasiado sensibles.
Algunos transgresores llevan el condicional a su máximo nivel hasta convertirlo en una condición sine qua non. “Me disculparé si tú reconoces que también te has equivocado” o “te pediré disculpas cuando hagas esto” son frases relativamente comunes que indican que la disculpa está supeditada a ciertas condiciones. Generalmente esas condiciones implican que carguemos con la culpa o encierran un chantaje emocional para que cedamos en algo.
Las disculpas sinceras son personales. No puede ser de otra forma. Cuando nos equivocamos y nos damos cuenta de que hemos herido a alguien, intentamos conectar a un nivel más íntimo para reparar el daño.
En cambio, el uso de la tercera persona para construir un discurso impersonal suele indicar que el transgresor desea establecer una distancia psicológica con lo ocurrido. Entiende que debe disculparse, pero no quiere “ensuciarse las manos” ni realizar el arduo trabajo psicológico que implica ponerse en el lugar de la víctima para entender lo que puede haber sufrido, de manera que elabora una disculpa formal que le haga quedar bien con su conciencia o ante los demás para retomar la normalidad lo antes posible.
Este tipo de disculpas es común a nivel institucional, pero también florecen en el plano personal. “Siento que las cosas hayan ido así” o “siento que las palabras se hayan malinterpretado” son ejemplos de disculpas que no buscan el perdón ni son una admisión de error. Son solo una constatación de un conjunto de hechos mutuamente lamentables, pero no incluyen ninguna responsabilidad real.
La disculpa es una razón que se da para excusar una culpa o error. Eso significa que debe referirse a un hecho concreto o a una forma de actuar sistemática. Una disculpa demasiado vaga generalmente implica que la persona está intentando eludir su responsabilidad. Frases escuetas como “siento lo sucedido”, sin dar más detalles, dichas con prisa por cambiar de argumento, suelen esconder una disculpa formal.
También existen disculpas incompletas, que revelan el deseo de pasar página lo más rápido posible. “Siento que estés llorando”, por ejemplo, puede indicar que el transgresor se siente incómodo con nuestro llanto y nos está brindando validación emocional. Pero eso es todo. No admite que nuestra reacción se debe a una herida que nos ha causado.
Independientemente de esas pistas verbales para detectar una disculpa falsa, es importante prestar atención a nuestra intuición. A menudo podemos reconocer una disculpa poco genuina porque tenemos la sensación de que la persona no es del todo sincera o no percibimos su arrepentimiento.
Las pequeñas señales extraverbales nos brindan información muy valiosa sobre la veracidad de una disculpa que nuestro cerebro capta inconscientemente. Cuando una persona se disculpa sinceramente suele mostrar su humildad, vulnerabilidad y arrepentimiento, sentimientos que expresa a través de su lenguaje corporal con la cabeza baja y los hombros ligeramente caídos.
Esa persona también intentará establecer contacto visual y se mostrará atenta a nuestras reacciones para saber si sus palabras están teniendo el efecto esperado o si es necesario añadir algo más para reparar el daño causado.
Nadie puede saber con certeza qué está ocurriendo en la mente de la otra persona. Por tanto, en cierto punto simplemente debemos decidir si aceptamos esa disculpa o no.
Si la relación no es tan importante o el daño no ha sido tan grande, lo mejor para nuestro equilibrio emocional suele ser pasar página lo antes posible. Rumiar lo ocurrido solo nos sumergirá en un bucle tóxico.
En cambio, si nos sentimos muy incómodos con la disculpa porque creemos que no es genuina o que es un intento de manipulación o tergiversación de los hechos, necesitaremos profundizar.
Existen muchos motivos que conducen a una persona a dar disculpas falsas. Una persona puede disculparse por educación, aunque en realidad no sienta el daño causado. También puede disculparse para evitar unas consecuencias negativas que podrían volverse en su contra o simplemente porque quiere liberarse de la culpa que experimenta, aunque no le interesa aliviar el dolor que ha provocado. Las disculpas incluso pueden servir para terminar echándonos la culpa por seguir guardando rencor.
Si queremos ir más allá de todo eso, es importante que la persona comprenda nuestro dolor y el daño que nos ha causado. Podemos pedirle que nos escuche y explicarle cómo sus palabras, actitudes o comportamientos nos han afectado. Es importante evitar las recriminaciones y limitarnos a expresar cómo nos sentimos porque si la otra persona se pone a la defensiva quemaremos toda posibilidad de diálogo y entendimiento.
Si esa persona realiza un intento genuino por comprendernos, estará en el buen camino para lograr una reparación real. Si no es así y descubrimos que no está dispuesta a escucharnos, simplemente habremos puesto al descubierto la superficialidad de su arrepentimiento. En ese caso, aunque vuelva a pedirnos perdón, su disculpa será parcial, banal e ineficaz.
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