¿Alguna vez se preguntó qué ocurre cuando alimentamos a un pez en la pecera? Si lo hacemos con prudencia, nada. El pez crece, su cuerpo fabrica la energía que necesita para ponerse en movimiento, y él nada alegremente de un lado a otro, llenando de color y vida la pecera. En cambio, si lo alimentamos en exceso, nuestro pececito comerá sin parar. Su cerebro no está preparado para decir “ya estoy lleno”, y su cuerpo no está preparado para eliminar toda esa energía que no necesita. En lugar de ponerse más fuerte y saludable, perderá la agilidad para desplazarse por la pecera (por lo que no podrá quemar calorías como solía hacerlo), y seguirá comiendo y engordando, hasta que ya no pueda más. Literalmente, nuestro pececito habrá comido hasta reventar. Piense en eso la próxima vez que le pida a su vecino que alimente a sus mascotas mientras usted se va de vacaciones.
Es bueno no ser un pez. Eso nunca podría pasarnos a nosotros, los seres humanos con nuestro cerebro infinitamente más sofisticado. Nosotros elegimos siempre qué comer y sobre todo, cuándo parar… ¿o no? Antes de responder, piense en la historia del plato sin fondo.
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