“Venimos por nosotras, venimos por cada una, pero no solamente por nosotras y nosotres, también venimos por las otras, por les otres”; no es un trabalenguas, es una declaración de principios. Y no era verde esperanza la superficie sobre la que flotó la voz fuerte como un abrazo entre compañeras, era verde aborto legal, seguro y gratuito.
“Este es el año, en 2020 será ley, será Justicia y será reparación”, se escuchó desde el escenario y la convicción se hizo palpable, concisa; crecía igual que la ola de pañuelos que se levantaban, primero cerca del escenario, después por Callao y por Entre Ríos, contagiándose la determinación y también el gesto porque era imposible ver desde los laterales lo que pasaba frente al Congreso. Pero cada quien sabía que sus brazos en alto sumaban al propósito común aunque las lentes de las cámaras de fotos no llegaran a tomarlos.
El primer día de movilización feminista de este año le hizo honor a esa palabra en la que se reconoce: marea. Y su agitación fue también un modo de acunarse, de consolar a “las que ahora mismo están en las guardias, las que no saben dónde ir a reclamar un aborto, las que faltan en las familias y ni siquiera se dice que murieron por abortos clandestinos”.
Si el primer 19F fue casi un acto de prepotencia para arrancar al Poder Legislativo el tratamiento de una ley que ya se había presentado 7 veces y conseguir una histórica media sanción en la Cámara baja que se pareció mucho a un sueño; este 19F vino con la potencia de todo lo conseguido a pesar de la derrota en el Senado en el agosto helado de 2018. Ya no se dice aborto en voz baja, ni quedan ámbitos donde este derecho no se discuta. Y además, como nunca antes, se instaló a la vez la demanda por un Estado laico, que deje de financiar a personajes como monseñor Ojea que a esta altura de la lucha feminista es capaz de decir que “las mujeres no son dueñas de su cuerpo”.
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