La astrología es un lenguaje sagrado milenario que, sorprendentemente, se encuentra hoy en un pico de vigencia. Y dicho interés crece día a día, así como los canales de comunicación sobre el tema: blogs, cuentas de Twitter y de Instagram, cursos y escuelas.
Si hace diez años la astrología parecía patrimonio de señoras mayores ermitañas o hippies con delirio místico, y su lugar era las últimas páginas de revistas; hoy en día la abrazan tanto amas de casa como mujeres profesionales, hombres, adolescentes, universitarias, de la clase alta y la clase trabajadora.
¿Qué cambió? imposible saber si fue el huevo o la gallina, pero la multiplicidad de vías por la que proliferan los saberes astrológicos seguro tiene que ver: corrida de su lugar habitual, hoy no es solamente una estrella en Internet sino que llegó hasta las instituciones, los grandes medios y las editoriales más prestigiosas. Y todo el mundo quiere tener y comprender su carta natal: el dibujo, la “impresión” del cielo visto desde la tierra en el lugar exacto y el momento exacto en donde nace una persona. Dibujo que funciona como una suerte de “mapa energético” para la misma, que ayuda no sólo a comprender sino también a saber hacia donde ir.
La astrología no se termina en las predicciones, de hecho muchos astrólogos desdeñan los horóscopos. Lo más útil e interesante, y aquello que caló profundo en la sociedad contemporánea, es la idea de una correspondencia cielo-tierra para explicar y ayudar a encarar la experiencia viviente.
¿Qué tiene de positivo la astrología? científica o no, comprobable o no, es una herramienta que incita al autoconocimiento, a la aceptación, a la empatía y a la piedad. La noción de que somos todos distintos y en nuestra infinita complejidad individual pero que a su vez estamos hechos de la misma materia es aire fresco en tiempos de intolerancia y malestar social.
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