Si bien hubo y hay jugadores increíbles en el Tour de la ATP, lo cierto es que lo que logró John McEnroe rompió todas las barreras, porque fue, a finales de los setenta, un revolucionario que llegó desde los Estados Unidos para ganarse amores y odios dispersos por todo el mundo, lovers y haters, como se puede decir hoy en día.
Pero cabe repasar algunas de las epopeyas que logró Big Mac en el mundo del tenis para darse cuenta la dimensión de que lo que ha logrado con el deporte blanco fue un antes y un después en la historia del profesionalismo. Campeón de siete Grand Slams, entre los que contabiliza cuatro US Open y tres Wimbledon, finalista de Roland Garros, número uno al final de la temporada desde el año 1981 hasta la temporada 1984, el hermano mayor de los McEnroe hizo estragos en el Tour.
Compitiendo constantemente con su compatriota Jimmy Connors, contemporáneo del sueco Bjorn Borg y del argentino Guillermo Vilas, supo a través de sus berrinches hacer del tenis un deporte distinto, más desestructurtado y más pasional, lo que lo llevó a tener detractores, sobre todo, aquellos amantes del tradicionalismo dentro del deporte.
Hoy, lejos de ser una de las estrellas mundiales como lo era por los setenta y los ochenta del siglo pasado, Big Mac se dedica a jugar algún que otro torneo en el Champions Tour o en el certamen de Leyendas de los Grand Slams, además de ser comentarista para la TV en algunas citas, sobre todo, en Wimbledon, lo que se considera como si fuese una de sus casas, junto con el Abierto de los Estados Unidos.
Amante del rock y un gran guitarrista, McEnroe hizo del tenis un deporte distinto y dejó su huella impregnada en todos los fanáticos del mismo, lo que lo hace, sin dudas, uno de los más trascendentes jugadores de toda la historia.
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