Hoy deberíamos hablar de si Independiente hubiese logrado remontar la serie, o si finalmente la Universidad de Chile se metía en los cuartos de final de la Copa Sudamericana. Pero la noche del miércoles en Avellaneda, que debía ser de fútbol, terminó convirtiéndose en uno de los episodios más violentos de los últimos años en la Argentina. Y pudo ser peor. Ahora bien, ¿qué pasó? Y sobre todo, ¿qué falló?
El primer error es que no hicieron pulmón con la seguridad privada. En vez de venderle 3.500 entradas para recaudar más, podrían haberles dado 2.000 y hacer pulmones, como pasó en otros estadios. ¿Cómo se arman? Dos filas de la gente con chalecos, que son de la seguridad privada, de cada lado. Es cierto que estos efectivos no pueden estar armados dentro del estadio, pero son un factor disuasivo importante. Y además, si se ven desbordados, pueden llamar al jefe del operativo y pedir el ingreso de policías.
También la mayoría de las canchas de la Argentina dejaron de estar preparadas para recibir visitantes, ante la ausencia de público visitante en la Liga. Se sacaron todos los alambrados o fenólicos de contención para favorecer la visión de los locales. Fue un error en conjunto entre la seguridad de Provincia, Conmebol e Independiente. Unos aprobaron, el otro decidió facturar todo lo posible.
No hay efectivos en las tribunas porque es una determinación en el protocolo del Gobierno argentino desde el 2011, cuando el Ministerio de Seguridad estaba a cargo de Nilda Garré. Es claro: adentro, los efectivos privados; afuera, policías. Y tuvo, al menos en ese momento, un motivo: en el estadio, los oficiales eran como una barra brava más. De la mano, viene la siguiente pregunta.
Durante el primer tiempo, con el ataque de los barras de la U hacia abajo, existió una reunión para ver qué se hacía entre oficiales de la Conmebol -dispuestos a que siga el juego a como dé lugar-, autoridades de la Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte (Aprevide), dirigentes de Independiente y la Universidad de Chile.
Allí fue donde se decidió, entre Aprevide y miembros de la Policía Bonaerense, que no se intervendría. El razonamiento fue, palabras más, palabras menos, así: “Conociendo la agresividad que en este momento hay de parte de los chilenos, y conociendo también a nuestra Infantería, podemos terminar muy, pero muy mal”.
En ese momento se resolvió también la evacuación de la popular visitante, un mensaje que fue transmitido por altoparlantes y que según los chilenos “no se escuchaba”. Hasta que empezaron a irse. Y hasta ahí, no más que por una cuestión de puntería, se podía considerar una buena decisión porque no había heridos graves.
En esa tribuna baja estaba la facción disidente de Independiente, enfrentada a muerte con la oficial, con gran parte de los suyos afuera por cuatro años con derecho de admisión. Ellos intentaron primero salir a buscar a los de la U, pero los contuvo Infantería. Ahí fue cuando empezaron a cantarle a la barra oficial que tenían “miedo” de ir a por los chilenos. Ante esa presión, con temor de perder el apoyo popular, estos reaccionaron.
Hay dos personajes clave: Juan Ignacio Lenczicki y Mario Nadalich, líderes de Los Dueños de Avellaneda. Manejan grandes negocios, algunos ligados al narcotráfico, y controlan la Villa 21-24, entre vínculos políticos y policiales. Tomaron el mando tras la caída de “Bebote” Álvarez y en su momento le marcaron la cancha a Fabián Doman, Néstor Grindetti y Cristian Ritondo cuando desbancaron a los Moyano.
Son ellos los que cuentan con la venia tanto dirigencial como política y policial (viajan en micros pagados por el club, escoltados por móviles para evitar ataques de la disidente, hablan con los comisarios…). Y su rol este miércoles fue fundamental porque no hay forma de que barras crucen de un sector a otro sin orden de sus jefes.
Un grupo intentó entrar por afuera y fue contenido por Infantería, pero quedó liberado el camino para que otros ingresen por un pasillo interno hacia el lado de Puente Alsina. Saltaron por las piletas y llegaron a un portón en el que había cuatro empleados de la seguridad privada, que nada pudieron hacer contra 40 dispuestos a todo.
Subieron a la parte alta y se encontraron con un puñado de hinchas que no habían alcanzado a salir. En inferioridad numérica, se llevaron lo peor de un ataque pocas veces visto en un estadio de fútbol, en el que se vieron palizas feroces, apuñalamientos con vidrios rotos y por el que Gonzalo Alfaro, chileno de 33 años, sigue internado en grave estado en el Fiorito luego de haberse fracturado el cráneo cuando se lanzó (o lo lanzaron) al vacío.
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