La final más larga de la que se tenga recuerdo sobre la faz de la tierra, tuvo lugar en la profundidad de Sudamérica, más precisamente, en ciudad de Buenos Aires, y duró 24 días y 24 noches. Ya que comenzó con el pitazo final del árbitro en cancha de Palmeiras, el día de la segunda semifinal que ganó Boca. Fueron Días y noches que paralizaron corazones, oficinas, plazas, asados familiares, casamientos… Días en los que algunos fanáticos no lograron probar bocado, mientras otros, movidos por la ansiedad, deglutieron cuánta migaja se les pasaba por enfrente. Noches en las que ni unos ni otros pudieron pegar un ojo, rechinaron dientes y soñaron con levantar la Copa.
Claramente, así podría haber arrancado cualquier texto futbolero de los muchos que surgen día tras día, mostrando una inquietud y una prosa dignas del aplauso.
La realidad marca que Boca y River acaban de jugar los primeros noventa minutos de esta final que deja sin aliento y paraliza corazones. Empataron dos a dos, en un partido que lejos estuvo de aquellos friccionados y austeros super clásicos del ámbito local e invita a soñar con un partido de vuelta con los mismos condimentos.
River supo manejar algunos aspectos del juego, ocupando mejor los espacios y teniendo las más claras del Primer Tiempo. Pero la figura, cada vez más importante, de Ramón “Wanchope” Ábila desequilibró las acciones. Festejo xeneixe que duró poco ya que unos instantes después, Lucas Pratto tuvo su oportunidad e igualó. Queda como detalle la lesión de Pavón, por quien entró Benedetto, autor del 2-1, sobre el final de la primera etapa.
Para el segundo tiempo quedó el gol en contra de Izquierdoz, forzado por la ponetencia de Pratto, que fue el más destacado del Millonario.
La final más larga y emocionante del mundo, es nuestra. Será cuestión de disfrutar del fútbol, dejar que fluya y que sea simplemente una fiesta. Sólo es cuestión de esperar hasta el 24 de noviembre a las 17 horas…
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