Por: Juan Tomás Kucharski
Hay tenistas que poseen un nivel superlativo. Juegan, ganan, mantienen el ritmo, la performance. Otros que pasan sin pena ni gloria constantemente por diferentes torneos y después desaparecen de golpe. Y otros, como Renzo Olivo, que son verdaderos cracks de la raqueta y la pelotita amarilla y que, por distintas cuestiones, no están en el lugar esperado para su aptitud tenística.
Olivo, oriundo de la provincia de Santa Fe, hoy se halla en el puesto trescientos cuarenta y siete (347°) del ranking mundial. Esto se debe, en gran parte, a los magros resultados cosechados durante las últimas cincuenta y dos semanas desde la fecha, situación que condiciona el ranking de todo tenista.
Quien supo ser campeón de Copa Davis en el 2016 con el equipo argentino, número setenta y ocho del escalafón mundial en enero del 2017 y que, además, diera un tremendo batacazo en la primera vuelta de Roland Garros en la temporada pasada, cuando venció al favorito local Jo-Wilfred Tsonga, hoy lucha por volver a asentarse definitivamente en el tour mundial.
Condiciones, le sobran. Su mano y su magia son un deleite cada vez que juega. Solo será cuestión de tiempo y confianza en sí mismo para volver a ser el que fue hace no mucho tiempo atrás. ¡Vamos Renzo!
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