Goyo camina por el perímetro del potrero pensando como explicar lo que tiene para contar, tiene menos de diez años y es la nueva figurita de este equipito de inferiores. El pibe, con los cordones de sus zapatillas rotas desatados, hace pie sobre una paupérrima línea del cal, jugando, como quien hace equilibrio sobre una cuerda.
Se acerca a la muchedumbre, se planta frente al hombre de las decisiones y con la insolencia y la inocencia propias de su edad le suelta la frase que empezaría a cambiar la historia: “Francis! En mi barrio tengo un pibe que juega mejor que yo, un pibe que la rompe”. Cornejo, ávido de ver más talentos, con un ojo clínico para detectar nuevos valores, no dudó: ”Bueno, hijo… tráigalo que lo probamos”.
Goyo meneo la cabeza con un gesto de tristeza y le avisó que Dieguito no tenia “guita” para concurrir. Entonces, dicen algunos de los que estuvieron ahí, Francis sacó Diez pesos del bolsillo y le dijo al pibe de las zapatillas rotas: “Tome, mañana me lo trae a su amigo”.
Así empezó a gestarse el nacimiento de una leyenda. Ni Goyo ni Francis sabían en ese momento que estaba por cambiar la historia del fútbol argentino. Ni Dieguito lo sabía, todavía corriendo en medio del lodo de las calles de Fiorito; ni Tota, la madre que se inmortalizaría como Doña Tota; ni Chitoro, que a esas alturas trabajaba de sol a sol para mantener la familia; el mismo Chitoro que pasaría a la historia como Don Diego, el padre del genio.
*En cumpleaños número 60 del barrilete cósmico, el recuerdo también para Francis y Goyo, protagonistas involuntarios de una historia repleta de fútol.
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