El reloj marca el mediodía. Las noticias anuncian, vía WhatsApp, la información que nunca hubiésemos querido dar. Diego se fue, nos dejó. Y digo nos dejó porque Al Diego uno lo siente familiar, cercano, cómo si lo conociera de toda la vida. Porque El Diego es un pedazo de nuestra vida. Y eso, es lo mínimo que uno puede hacer con un tipo que lo hizo emocionar tanto, que tanta felicidad le dio: considerarlo de la familia.
Diego se fue y uno no lo quiere escribir porque cree que así al menos se miente a si mismo un rato, esperando que alguien lo desmienta. Porque es el Diego y eso a él no le pasa. Es el Súper Héroe, el que nunca necesitó capa, o el que no la usó para que el mundo viera bien claro ese número Diez que llevaba en la espalda y que para toda la eternidad se inmortalizaria como suyo.
Diego es eterno. Diego es fútbol. Diego estará ahí, presente, cada vez que lo extrañemos, en esos doce segundos maravillosos en los que desparramó ingleses. O en aquellos otros en los que rompió la muralla roja de Bélgica. O en aquella otra jugada maravillosa en la que apiló brasileros para darle la pelota al hijo del viento. Aunque no lo veamos, Diego siempre estará.
Cómo alguna vez escribió en su libro “Dios es Redondo”, Juan Villoro en el cierre de su relato “Morir para Convencer” en el que el poeta imaginaba un día como hoy con la muerte del Diego: “A veces, una perdida produce el efecto de revelar lo que siempre había estado allí pero sólo podía potenciarse en ausencia ( … ) Diego Armando Maradona ha muerto. En el fútbol, solo una vez un hombre fue todos los hombres”
Miro estás líneas, se me caen las lágrimas, mientras me veo aún chiquito, en el living de mi casa en Rafael Calzada aquel mediodía de 1994 en el que el 10 gritó como un desaforado su gol a Grecia. Aquel día entendí yo que él era Inmortal. Todo lo otro que me digan es una mentira.
Gracias Diego, fuiste, sos y serás el Capitán de nuestros años más felices.
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