
Independiente Rivadavia sufrió un partido de locos, y se consagró campeón de la Copa Argentina por penales, con dos hombres menos, el arquero suplente en cancha y el entrenador expulsado. Imposible pedir una noche mejor. Inolvidable triunfo de Mendoza ante Argentinos Juniors. Córdoba le sienta bien a la Lepra.
El comienzo del Azul fue inmejorable. Fueron 20 minutos para guardar en los manuales de cómo se juega una final. No dejó respirar al Bicho en ningún momento, presionando en todos los sectores del campo para disputarle la pelota a un equipo que hace un culto de la posesión.
Pero lo mejor de ese lapso del encuentro todavía estaba por venir. A los 8’, el Azul aprovechó el desconcierto de Argentinos para abrir el marcador. Alejo Osella metió un centro llovido al segundo palo, Romero no respondió bien (se hizo visera varias veces con las manos aduciendo problemas con la iluminación), y Alex Arce la mandó a guardar por detrás de todos. Pero el primer tiempo tuvo una buena para el Bicho: la correcta expulsión de Maximiliano Amarfil por doble amarilla.

La segunda mitad arrancó con la misma tónica del cierre de la etapa inicial. Argentinos como amo y señor del balón, y los de Berti agazapados para defenderse en inferioridad numérica. En ese sentido, los cambios de Nicolás Diez fueron ofensivos, con el ingreso de Giaccone y Viveros para sumar más piernas en la zona media.
El Bicho inclinó la cancha y jugó casi siempre en el campo contrario. Sin embargo, en el mejor momento llegó lo inesperado. Sebastián Villa fue más vivo que todos para recuperar y salir de contra, se la cedió para Matías Fernández y el volante definió con clase ante la salida de Sergio Romero. Delirio absoluto en la tribuna mendocina, desde donde brotó la emoción.
El grito de gol todavía retumbaba en Alta Córdoba cuando Giaccone metió un centro que Alan Lezcano dominó y mandó a guardar, logrando el descuento del elenco de Buenos Aires. Sin dudarlo, automáticamente el DT sacó a un volante y un defensor para hacer ingresar a dos delanteros: Ismael Sosa y el uruguayo Bentancourt. La señal era sencilla. Argentinos iba a matar o morir.

Los minutos fueron pasando, y el trámite se diluía por malísimas noticias para Independiente. Primero, por un encontronazo entre Alfredo Berti y Hernán López Muñoz que terminó con la injusta expulsión del entrenador Leproso. Luego, Ezequiel Centurión cayó mal, se lesionó la muñeca y no le quedó otra que pedir el cambio. Para culminar, Alejo Osella recibió la segunda amarilla y dejó a su equipo con nueve. A esa altura, el Azul era puro nervio, garra y corazón.
Y después de batallar durante todo el segundo tiempo, y de hacerlo con mucho espíritu competitivo y amor propio, la Lepra recibió otro golpazo. A los 52′, Rivero tiró el centro, Giaccone la bajó, y el defensor Erik Godoy (que se paró como un delantero más), estampó el empate en medio de un mar de piernas.
Pero el destino le guardaba un regalo inolvidable a Independiente. Los penales significaron el premio mayor para un equipo que no se dio por vencido nunca. Todos ejecutaron de forma excelente, y así como sucedió en las semifinales, Sebastián Villa se hizo cargo del último disparo para llevar la alegría eterna al Parque General San Martín. Marinelli también fue clave. Esos giros hermosos del fútbol permitieron que el arquero suplente tenga que salvar la noche, salvando en dos ocasiones a su equipo.
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