A medida que pasaron las horas, y comenzó a bajar el humo que fue dejando el terremoto de anoche en Anfield, fueron apareciendo diferentes lecturas y todo tipo de análisis para entender, no solo el enorme triunfo de Liverpool, sino la profunda decepción que dejo la actuación de Barcelona.
Sería un craso error no comenzar cualquier análisis sobre el partido de ayer, y la serie en general, sin atribuir explicaciones futbolisticas a lo sucedido. Mas allá del fantasma de Roma ( que estuvo) hubo elementos del juego que los de Klopp utilizaron mejor, y posicionamientos tácticos y estratégicos en los que Barcelona pareció un aprendiz. La disposición táctica, estratégica y actitudinal determinada por el equipo técnico y jugadores de Liverpool barrió con la débil resistencia culé, coronando no sólo una remontada épica sino una lección conceptual sobre el juego.
El primer gran acierto de Klopp fue entender que el resultado, de tan ajeno al tramite de la ida, había sido un accidente y que las chances de su equipo, por mínimas que fueran, crecerían en la medida que pudiera repetir la superioridad sobre el rival registrada en Camp Nou. Su verticalidad, la transición rápida sin tanto traslado, la profundidad de sus externos y la dinámica asesina en mitad de cancha, eran variables que no habían tenido solución por parte de los de Valverde, y hacia allí debía dirigirse la esperanza. El segundo acierto, aunque entendemos que siempre estuvo pensado así, estuvo en el armado del once inicial. Incluir a Alexander-Arnold como lateral en lugar de Joe Gomez comprimió a Alba y Rakitic permitiendo la superioridad numérica en ataque de manera permanente. Además, haber dispuesto a un segunda punta punta como Shaquiri en la misma banda, para mantener tres hombres en ataque puso al borde del error al Barcelona de manera permanente. Desde allí se genero el dominio y tuvo lugar la superioridad roja, que de física y futbolistica muto a psicológica al conseguir Wijnaldum el 2-0 apenas iniciada el ST. La conexion colectiva de Liverpool funciono de manera perfecta, con una facilidad asombrosa para variar de esquema ( cuando salio Robertson lesionado Milner fue de “3”, Wijnaldum de volante, y el equipo ni lo sintió) y en esa maleabilidad el caos gana sentido.
Es antipático analizar con el resultado puesto, pero cuan importante termina siendo en este momento el cuarto gol que no consiguió Dembele en el final de la ida. Si pensamos los dos partidos como uno solo, de 180 minutos, caeremos en la cuenta de que se jugo a lo que Liverpool propuso, y Barcelona padeció esa incomodidad hasta el final. Siempre tuvo una velocidad menos, estuvo maniatado y solo destrabó los primeros 90 minutos desde la efectividad de Messi y su omnipresencia. Ayer, al igual que en Roma, en París una rueda antes,o en Turín el día del oprobio frente a la Juventus (en ese entonces de Dybala), el Barcelona no supo jugar. Algo está roto aquí. La apatía del equipo en las diferentes caídas por Champions tienen el elemento común de la falta de rebeldía en el campo y opacas gestiones de su máxima figura. Messi nuevamente ha estrellado la Ferrari de bruces, mostrándose a rastras como presintiendo el final que viene. Barcelona NUNCA se supo ganador de esta serie durante el juego de ayer. La ráfaga del ST que lo despabiló 0-3 solo fue la confirmación de esa incomodidad, esta vez ratificada en el marcador, y sin un plan B que salvara todo lo que estaba en juego. Ni siquiera apareció la anarquía para buscar el gol de lo depositara en la final.
Liverpool ha ganado un sitio en el orden futbolistico mundial que va mas allá del resultado de la final, o de como termine su mano a mano con el City por Premier. Ha golpeado la mesa a pura identidad y su valentía, justamente, es la marca de agua que lo define. Anoche, cuanto menos, el heavy metal demencial de Klopp fue demasiado para la sinfonía de Barcelona, que se ha rendido de manera indigna y lejana a lo que indica su legado.
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