La primera sensación que arroja la lectura del 1-3 de Argentina frente a Venezuela en el amistoso de este Viernes en Madrid, es que el recambio generacional sera difícil y que aún está verde el proceso de cambio. Como todo escenario de ensayo, requiere de paciencia y de tiempo, y debe dársele crédito, pero la imagen del equipo, una vez más, aleja algunas expectativas. Con muy pocas variantes, Venezuela desnudo las fallas conceptuales y técnicas de Argentina, ganando claramente y reduciendo a su mínima expresión en el campo de juego al equipo albiceleste.

Hasta ahora, el proceso de pruebas diseñado por Scaloni ha sido más de forma (nombres) que de fondo (plan de juego). Sigue siendo un equipo estancado en errores conceptuales severos, a contrapié de los fundamentos del juego y a los tumbos en la búsqueda de una identidad que le permita hacer pie y recuperar el espacio perdido. La ansiedad por recuperar el prestigio perdido y cortar la sequía de títulos enceguece la búsqueda y arrasa con todo y todos, como un tsunami.Hoy, con el partido concluido, inferimos que se está corriendo el riesgo de quedar atrapados en una renovación demasiado brusca y sin sostén en los nombres propios.  La pérdida notoria de jerarquía que acarrea esta renovación, donde los que no han sido convocados parecieran aventajar largamente a los presentes, expone la crisis de esta transición y amenaza la potabilidad del proyecto. 

Tuvieron que pasar 30′ para que la selección albiceleste encontrará a Messi, y fue en un arresto individual en modo “Barca” del crack rosarino, eludiendo a 4 jugadores rivales y sirviendo a Lautaro Martínez un centro perfecto que resultó en una atajada de primer mundo del arquero vinotinto. Hasta allí, Argentina había sido un equipo extremadamente impreciso, desordenado, con una aceleración exagerada (el eterno pecado mortal de creer que la velocidad de juego se halla corriendo y no moviendo la pelota) y gran desconexión entre su líneas. El tempranero gol venezolano (1-0 a los 5 del PT, por el eterno Rondon) evidencio la improvisación del planteo defensivo con que se dispuso en el campo, con una línea de tres centrales inédita y dos laterales por los carriles. Luego, un doble pivote de juego y  un tridente ofensivo con dos mediapuntas (uno, Messi) y una referencia de área. La soledad de Messi en esa parte del PT, mal rodeado por Lo Celso, Paredes y Martínez recordó las palizas sufridas ante España antes de Rusia y contra Francia ya en la Copa del Mundo.

El regreso de Messi supuso la integración del jugador a un contexto distinto al de la debacle de Sampaoli. La presión de erigirse en el eterno salvador ya había minado su autoestima, aunque para él, la albiceleste es una prioridad (inexplicable, desde aquí, a estas alturas). Lamentablemente, se sigue fallando en la construcción de un equipo que pueda arroparlo. Se lo vio incómodo en un dibujo táctico que no lo favorece ( en el ST se lo vio levantar desesperadamente la cabeza buscando infructuosamente descarga en la izquierda, o un socio para jugar en corto y desde allí despegar). La idolatría de sus compañeros para buscarlo en exceso condiciona el juego, y el equipo lo siente. Duele verlo intentar ensamblarse en una orquesta que no consigue siquiera afinar, y que por la calidad interpretativa no pareciera permitir anhelar un gran concierto.La verdad es que apena ver pasar los años y asistir al mayor desaprovechamiento en la historia del fútbol.

Scaloni ha retrocedido en una prueba fallida ante un rival que ya no es una Cenicienta ( desde que esta Dudamel, Venezuela está invicta ante Argentina). Fallo en la construcción del equipo titular del primer amistoso, improvisando en demasía, confiado en una calidad individual sobreestimada ( entre Lautaro, Suarez y Benedetto malograron situaciones de manera indecorosa para este nivel) y sin una estructura colectiva que sostenga la idea.

El prestigio no es eterno y es administrado por los hombres. Argentina continúa en una espiral sin fin que lo condiciona todo. Con Messi. Por ahora.

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