La inmediatez del inicio de la Copa América, la convicción renovada para con su seleccionado y su generosa apuesta por un ciclo nuevo, ponen nuevamente a Lionel Messi en la encrucijada. La coyuntura de la Argentina (de su seleccionado de fútbol, vamos), lo sitúa en una doble posición reservada solo para él y un par más (CR7, y quizás Neymar), que si bien D10s maneja desde hace tiempo, vuelve a a poner sobre la mesa un juego casi sádico que lo ha agotado hasta el hartazgo (y la renuncia). Por un lado, poner sus botines al servicio de una causa con remiendos y amenaza de tormentas; pero, por otra parte, ser digno de su condición de deidad y amo de este juego.
El ciclo del otro Lionel, Scaloni, ha pasado más por la teoría de una renovación y vuelta a las fuentes, que por una práctica que en el juego demuestre que dicha senda es posible. Fueron (van) pasando los jugadores, los esquemas, las pruebas de mayor o menor nivel, y la tan mentada refundación no parece aparecer. La llegada de un prócer del fútbol argentino y mundial como César Luis Menotti se asemejó a un golpe de sensatez para barnizar de credibilidad un ciclo que poco resiste el análisis fino del juego. En esa urgencia, cuando no, la “Messiseñal” surca el cielo nuevamente y todo el proyecto vuelve a apoyarse en su espalda, con un nivel de oportunismo pésimo si miramos el cierre de temporada, el calendario y la moral por el suelo que viene con el paquete.
Es aquí, en este punto, donde aparece la encrucijada que representa Messi. Cómo se baja del póster para traccionar a un equipo, y un grupo, que lo añora como al agua, sin ser la salvación de siempre con el final de siempre?. Cómo se ensambla a un tipo como éste en un proyecto coral, grupal y colectivo, sin que él sea la respuesta y la solución a todo, como siempre?. Salir de la estampita es una muestra de generosidad mayúscula en la vida, pero en el fútbol no garantiza nada, especialmente en un espacio donde lo esperan cubiertos en mano para enrostrarle que no es imprescindible.
Más de una vez, aunque dura solo segundos, se nos ha cruzado la sensación de que tener a Messi termina siendo una maldición. Es imposible que no condicione a los demás; que todo no sea definido a partir de él y que no solo de su inspiración y totalidad extraterrestres provengan las soluciones y los atajos que tanto deseamos. Y entonces vuelve a ser el mural, el póster, la estampita, el ruego, el deseo o la plegaria. Messi, a su pesar, habita en ese limbo ingrato donde damos todo para que nos salve, pero si no lo hace, lo matamos.(donde entonces vuelve a ser el que no canta el himno. “La paradoja”)
Hacerse terrenal, redefinir su rol sin perder envergadura, y masticar, tal vez, una derrota en un equipo que aún no sabe acunarlo, es una decisión de la que nadie sale ileso. No lo saldrá Scaloni si Argentina no hace un buen papel; no lo hará Menotti y mucho menos Messi. Hoy, aquí y ahora, volver a ahogar a Messi en el mar celeste y blanco parece más un capricho que un proyecto.Lo peor, es que ya no depende del juego, donde discutirlo es una blasfemia, sino de la voracidad de un entorno que sin darle nada, siempre le pide demasiado.
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