Duele ver uno de los estadios míticos del fútbol mundial en estado de abandono. Es lo que ocurre con el Maracaná en Rio de Janeiro.

El estadio de las finales del mundo 1950 y 2014, donde juegan el Flamengo y el Fluminense y que en 2016 albergó el cierre de los JJOO de Río está en crisis.

El campo de juego no recibe mantenimiento, hay miles de asientos retirados y amontonados en sus alrededores y ahora se sumó una ola de saqueos que amenazan el patrimonio de un escenario como pocos.

El Maracaná fue remodelado para la Copa del Mundo que organizó Brasil. El costo fue de 400 millones de dólares. Luego de la refacción fue la controvertida empresa Odebrecht (acusada de pagar sobornos por licitaciones) la que se hizo cargo de su administración antes de cederla a la entidad organizadora de Río 2016.

El conflicto que mantiene en vilo al Maracaná es que la entidad encargada de administrarlo no quiere recibir las llaves porque afirma que le devuelven un estadio en condiciones inferiores al que fue entregado.

En unos días comienza el campeonato estadual de Río cuya semifinal y final están programadas en el Maracaná. Ahí también deben jugar dos clubes históricos como el Flu y el Fla.

Por ahora nadie sabe qué pasará. Se planea un rescate del Estado (cuándo no) o una comisión liderada por el Flamengo para la recuperación de un patrimonio histórico.

Mientras, al mundo del fútbol le duele el presente del Maracaná.