Hablar de la Champions League es, sin duda alguna, referirse al torneo más importante de fútbol a nivel de clubes del mundo. Para algunos, entre los que me incluyo, un torneo que si bien es únicamente continental, está por encima del Mundial mismo, por calidad de jugadores, infraestructura, competitividad y hasta jerarquía de juego. Su sistema de clasificación; su federalización continental, el derrame en la consolidación de ligas locales de alta magnitud y, por consiguiente, en el mercado de pases de jugadores, la han instalado como “la madre del negocio fútbol”. La diferencia, en mi humilde opinión, con otras grandes competiciones regionales (Copa Libertadores, como mejor ejemplo) es que al estratosférico plan económico que la sostiene lo respalda un espectaculo futbolistico de notable envergadura.
Ver un partido de Champions es el regreso a la idea original del futbol como la integración de juego y aficion, de calidad y de pasión. Por momentos, obviamente hay excepciones, pareciera que en este torneo no hay partidos malos, y es allí donde reside la verdadera razón por la cual la miramos. Es la reconciliación del juego con el espectador, que ha convertido en platea su sillón. Nadie anhela ser jugador de fútbol solo para ser un héroe local. En Champions ( y no siempre en los mundiales…) juegan los jugadores que soñamos ser. Todos imaginamos de niños, y no tanto, en el extremo del planeta que se nos ocurra, levantar una copa en un estadio bello y desbordante, con el mundo entero espiando por TV. Esa es la universalidad que magnifica esta competición. “LA Competición”. Jugarla es un anhelo y ganarla, una obsesión.
Desde que en las vísperas del Mundial de 1998 Joseph Blatter fue elegido mandamás de la FIFA y Julio Grondona se convirtió en su Vice llegando desde la Conmebol, en desmedro del sueco Lennart Johansson y su UEFA, el destino del fútbol europeo a nivel clubes inició su proceso de emancipación, crecimiento y consolidación, como una FIFA paralela con ansias de revancha ante tamaño despecho. Marketing, inversiones millonarias, un sistema de ligas con cupos fijos que asegurara competitividad y mantuviera economías locales en movimiento, la Ley Bosman y una ambición desmedida, convirtieron a Europa en el centro del futbol. O del mundo. No ha habido desde entonces una edición de la Champions que no fuera superadora y mejor que la anterior. La versión correcta de un negocio que no empaña al deporte de mayor arraigo en el planeta.
La presente UCL ha corrido en el mismo sentido, hasta convertirse en una edición que no pasará desapercibida. Las sucesivas eliminaciones del Real y Atlético de Madrid, Juventus, ambos Manchester y, en otra medida, PSG y Bayern, podrían entenderse como la aparición de un nuevo orden mundial y permiten que en el horizonte se vislumbre la llegada de una nueva Guardia de Oro. Equipos (o clubes) que han dado el paso y rompen la hegemonía, asegurando que hay deporte para rato, pero, a su vez, oxigenando a un público voraz que clama por sangre nueva y mejores espectáculos.
Hasta un invitado polémico y cruel, el VAR, ha sido estratégicamente incorporado a la mesa y desde su lugar ha democratizado las decisiones que hasta hace nada no lo eran. La propia UEFA ha conseguido “limpiarse” de las sospechas arbitrales por favores con algunos equipos grandes y ha apoyado estoicamente la aparición de la tecnología como revulsivo del espectaculo (y del juego), aunque desangrara a sus hijos pródigos con sus bemoles y entretelones.
A falta de un poco más de diez días, en el mundo entero ya se juegan las semifinales de este año. Nadie, en ningún rincón del planeta fútbol, podrá ser neutral ni pasar por alto la justa que se viene. Como en cada temporada, en esta Champions siempre hay algo por lo que jugar. Barcelona es el único que sostiene la vieja tradición, volviendo de sus cenizas y llegando a esta instancia tras tres golpes al corazón, buscando la redención de su máximo estandarte (Messi, el elegido), como si William Wallace combatiera con una pelota a sus pies a los que planean usurparle su trono. O, lo que es mejor, una reformulación del fútbol mismo, y por eso allí estaremos.
El instinto de revancha de Liverpool, y el aire fresco que representan los Spurs, del nuevo niño mimado de Europa, Mauricio Pochettino, y los holandeses voladores del Ajax, le dan a las semis y posterior final un morbo que sazona magistralmente una temporada sin tregua. Será que así es como se debe competir, y por eso la miramos?…Será este el deporte que ansiamos ver y jugar, y por eso la esperamos cada año?.
Los que la han ganado certifican que es un mojón insuperable en sus carreras, y los que no han llegado a besarla, sueñan con la orejona para inscribirse en la historia grande del deporte y de sus clubes.
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